Norma Valle

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Las mujeres periodistas y la globalización

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El tema es omnímodo: Las mujeres periodistas y la globalización… pero no por eso deja de ser fascinante; y tal vez por esta razón primordial, y porque me permite a mi, que soy una apasionada del periodismo y de la causa de las mujeres, hacer una serie de disquisiciones sobre el tema es que lo abordo desde la perspectiva de las teorías de comunicación. Espero ofrecerles más que conclusiones, una serie de ideas que les inviten a reflexionar y que se abran los laberintos de la comunicación y el periodismo para que nuevas alternativas ocupen su lugar. Es mi hipótesis que las mujeres periodistas tienen la capacidad y el derecho de insertarse en el espectro de la globalización –la imaginada y la real- para mediarla desde sus propias perspectivas, apropiarla para realizar transformaciones e innovaciones.

Globalización y comunicación

Para Néstor García Canclini en La globalización imaginada (1999), la globalización no es un objeto de estudio claramente delimitado, ni un paradigma científico ni económico, político ni cultural, que pueda postularse como modelo único de desarrollo. Debemos aceptar, continúa el teórico, que existen múltiples narrativas sobre lo que significa globalizarse, pero en tanto su rasgo central es intensificar las interconexiones entre sociedades no podemos instalarnos en la variedad de relatos sin preocuparnos por su compatibilidad dentro de un saber relativamente universalizable.

Margarita Zires, por su parte, apunta que “las metáforas de las aldeas globales, de lo global, de las totalidades mundiales concebidas como una envoltura son, en ese sentido, equívocas y reduccionistas”. De ahí que le parece más conveniente a esta profesora de medios de comunicación hablar de tendencias existentes de homogeneización y heterogenización, así como de convergencia cultural.

Ya para la década de los sesenta el conocido teórico de la comunicación Marshall McLuhan se adelantaba hablando sobre el mundo como una aldea global, (the world is a global village), pero para los economistas y políticos la euforia globalizadora ocurrió en los años ochenta. Se comenzaron a formalizar acuerdos y proyecciones de globalización, negociaciones que se aspiraba fueran de lo nacional a lo regional y posteriormente a lo global. Se popularizó entonces el slogan de “Think global, act local”, pues pronto descubrieron los propulsores de los mercados globales que para nutrir sus proyectos necesitaban la proliferación de mercados locales muy definidos culturalmente. (Posiblemente han visto en televisión un anuncio de una compañía de teléfonos que muestra personas de diferentes partes del mundo: una anciana de Japón, un niñito de la China, una Maori de Australia, una mujer del Reino Unido, una chica de Irlanda, un rockero de Panamá, todos de pie sobre el globo terráqueo, unidos por la Internet.)

Las reacciones a un mundo globalizado, que incluyen la aprehensión por una alegada pérdida de la nacionalidad o de la idiosincrasia de pueblo, no han dejado de ocurrir, llegando a veces hasta la violencia y el espanto con la xenofobia, el racismo y el maltrato étnico. Es curioso, señala García Canclini, y nosotras añadiríamos que irónico, que en estos tiempos de disputa de todos contra todos, en los que quiebran fábricas, se pierden empleos y aumentan las migraciones masivas y los enfrentamientos interétnicos, nacionales y regionales, sea llamada globalización.

Llama la atención que empresarios y políticos interpreten la globalización como la convergencia de la humanidad hacia un futuro solidario, y que muchos críticos de este proceso lean este pasaje desgarrado como el proceso por el cual todos acabaremos homogeneizados. Y sin embargo, si se es muy crítico de la llamada globalización y de sus beneficios, o se entiende que la única forma de lograrla es con la liberalización mercantil, y más aún si se compara con la anteriormente llamada explotación imperialista, entonces se desdeña a este crítico por nostálgico del nacionalismo, o hasta nostálgico de los años cuando se soñaba con las utopías de los trabajadores.

Como nadie sensato cree posible regresar a esos tiempos, se concluye que el capitalismo es el único modelo posible para la interacción entre los seres humanos, y la globalización su etapa superior inevitable. Parecería que para no sentirse fuera de onda, marginadas de la corriente globalizadora, “in” como dirían mis estudiantes, o estar en todo o estar en nada, asumiríamos la globalización como la panacea, la utopía, en que todos y todas seríamos iguales, homogéneos.

Zires apunta que “resulta falsa la oposición ente la homogeneización cultural, recurrente en los estudios culturales en América Latina y más bien conviene estudiar la manera como ambas tendencias coexisten, se entrecruzan y confluyen”. Es decir, que una tendencia ve en la globalización la esperanza del futuro, otra ve un callejón sin salida; una tendencia ve la homogeneización entre las sociedades, la gente del mundo, mientras que en la heterogenización, cada quien es diferente, cada país esta en lo suyo. Podríamos identificar por un lado los esfuerzos por organizar y plasmar tratados regionales como el Mercosur, la Unión Europea, los Tigres de Asia, al mismo tiempo que se anida la sospecha de unos contra otros… ¿Por qué Estados Unidos apoya el tratado con México?, ¿Competirá Europa con los países asiáticos, ¿A qué grupo se unirá Estados Unidos? Y mientras unos apoyan la ONU y la OTAN, otros sospechan de su buena fe globalizadora…

En la preparación de este ensayo casi sin darme cuenta comencé a observar notas de prensa, escuchar reportajes y verlos, también anuncios publicitarios, la palabra y el concepto de globalidad surgía a cada minuto… “A global minute” de CNN, “Global fight against AIDs” decía un titular de tv. El mensaje que se envía es el siguiente: no hace falta que te muevas de tu casa, de tu barrio, de tu ciudad, de tu país, es decir de tu lugar común, para estar conectada al mundo, al globo terráqueo…

Las mujeres y la globalización

Creo que en este mundo globalizado, las mujeres siempre hemos tenido un pie adelante. Veamos. En su ponencia ante el IX Encuentro Latinoamericano de Facultades de Comunicación social, dedicado a estudiar y discutir los desafíos de la globalización, el estudioso Armand Mattelart terminó su ponencia de la siguiente manera: “quisiera exhumar de la larga historia de las redes sociales que se opusieron desde inicios del siglo 19 a las doctrinas industrialistas y tecnicistas. La expresión ‘cosmopolitismo democrático’ apareció en 1842, bajo la pluma de la pionera del feminismo Flora Tristán, que cinco años antes del Manifiesto de Marx y Engels lanzó la idea de la necesaria internacionalidad de los oprimidos”.

El concepto de globalización no es nuevo para el movimiento de mujeres aunque le nombráramos con otras palabras populares del momento, ya sea cosmopolitismo democrático o día internacional de la mujer. Creo que nuestro movimiento organizado fue desde siempre global, pues no hay nada más globalizado en este planeta, redondo como un globito, que el patriarcado, con su consabido machismo. Ya en la primera etapa del feminismo (finales del siglo 19, principios del 20), cuando las mujeres se organizan, advienen a la conciencia de que la subordinación no es única en su grupo local, nacional o regional, sino que la condición de la muer, de inferiorización, es común a todas las mujeres del mundo. Es decir, global. Creo que se veía al estado nación como su opresor, como el representante del patriarcado, así es que se amplió el espectro de la solidaridad. De hecho en 1908, la Conferencia de Mujeres Socialistas, reunida en Copenhague, Dinamarca, dirigida por Clara Zetkin, declara el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer. Más no lo hace para conmemorar un evento europeo sino norteamericano, de las mujeres neoyorquinas obreras de la aguja. Cuando Luisa Capetillo en Puerto Rico escribía su tesis feminista, publicada en 1911, fomentaba el internacionalismo, citaba a las francesas, alemanas y a otras hermanas latinoamericanas. Y no sólo era internacionalista el movimiento en sus ideas y en su práctica, sino que además trasvasaba las diferencias de clase social, preferencia religiosa, étnica, nacional, racial y sexual.

En la segunda ola del movimiento feminista también se profundiza en el internacionalismo, en la solidaridad feminista internacional, que reconoce más que todo lo fragmentado de su movimiento porque no es un feminismo de lo que hablamos, sino de los feminismos. Se realizan múltiples encuentros nacionales, regionales e internacionales que aúnan a las mujeres del mundo contra ese muro frente al cual todas se miran, el muro del sexismo. El movimiento internacional de mujeres ha sido uno de los más efectivos en conseguir cierta unidad, hasta el punto que la Organización de Naciones Unidas fomentó esta internacionalización proclamando un Año Internacional de la Mujer, así como la celebración de cuatro conferencias mundiales. El respeto solidario de las mujeres con otras mujeres, aún en el artificioso mundo de la diplomacia, sienta ejemplos a seguir. (Es de rigor mencionar aquí que en el feminismo, y hasta en las conferencias oficiales, las mujeres puertorriqueñas, nacionales de una de las más antiguas colonias del globo, se ven representadas con respeto e igualdad).

En el 1968 se comenzó a concebir la creación y publicación de la antología Sisterhood is global, que vio la luz editorial en 1984. Su editora, la conocida poeta y periodista norteamericana Robin Morgan, explica cómo se concibió este texto que recoge información relevante sobre la condición de las mujeres en unos 70 países, que atraviesan todos los continentes y las regiones del mundo.

Así las mujeres acuñábamos el concepto de que la hermandad y la solidaridad femenina y feminista es global desde siempre, y que desde siempre, reconoce los rasgos diferentes locales, nacionales y regionales de las mujeres, así como su individualidad personal y sus preferencias divergentes aún entre los feminismos, algo que nos costó trabajo aceptar a muchas. En el ensayo introductorio al libro, titulado “Planetary Feminism: the politics of the 21st. Century”, Morgan apunta, luego de describir que supuestamente el mundo en el 1984 sería orwelliano, lo siguiente: “Pero hay un factor que ni Orwell ni Big Brother anticiparon y tampoco se prepararon para combatirlo: las mujeres como una fuerza política mundial”. Añade Morgan, que el ignorado y tal vez el factor más importante del poder de las mujeres como fuerza política mundial es la magnitud de su sufrimiento combinado con la enorme población femenina: las mujeres constituyen no una minoría oprimida, sino una mayoría –de casi todas las poblaciones nacionales y de toda la especie humana…” El grupo de mujeres que colaboró en la antología Sisterhood is global casi conforma una representación de nuestra hipótesis. Las autoras son periodistas, organizadoras feministas, parlamentarias, novelistas, científicas, guerrilleras, académicas, poetas, ex jefas de estado, portavoces de grupos comunitarios, diplomáticas y teóricas. Su ideología política va desde el feminismo radical, pasando por el feminismo socialista hasta las reformistas moderadas. Un verdadero mosaico ideológico.

El concepto de lugar en la globalización

El teórico Jesús Martín Barbero se pregunta desde donde pensar la globalización si es el sentido mismo del lugar el que con ella está cambiando. En sus disquisiciones se plantea que, en últimas, de lo que habla la globalidad del mundo es de una nueva manera de estar en el mundo. Mientras que en referencia a las tecnologías de la información apunta que tiene un papel crucial, pues a la vez que intercomunican los lugares transforman el sentido del lugar en el mundo; y al mismo tiempo que hacen de la cultura el gran vehículo del mercado, transforman al mundo… “La singularidad del mundo que habitamos pasa por los espacios virtuales que en otros tiempos tejían los sueños y las representaciones y ahora tejen también las redes de comunicación. Redes que no son sólo técnicas sino sociales…”

Creo que las mujeres, y aquí no me refiero a la mujer-modelo transnacional, que nos presenta la publicidad de las compañías multinacionales, sino el movimiento de mujeres, a los feminismos; repito que creo que nos hemos insertado en la globalización de una manera subversiva. Hemos subvertido nuestro lugar: el hogar. Es decir, que para nosotras las mujeres el hogar es el lugar común del que hablan los teóricos, puesto que hay una relación de intimidad de la mujer con su casa, con su hogar, que es a la vez local y global. Unidas a través de la historia de la humanidad, las mujeres y sus casas, sus hogares, han tenido tanto relaciones conflictivas como armoniosas. Por siglos condenadas a su interior, a la esfera de lo privado, las mujeres se desenvolvieron cuidando casas diseñadas las más de la veces para satisfacer las necesidades de los otros. Más el hogar ha sido para la mujer, por un lado, su refugio y el ámbito doméstico, su esfera de poder, y por el otro, su clausura, el lugar que puede ser centro de torturas como la privación de la libertad, el incesto, la violación, el maltrato conyugal, la opresión general en todos los ámbitos de su ser: físico, sicológico, emocional y económico. Entiendo que las mujeres subvertimos el sentido del lugar para hacerlo público y global. Uno de los slogans más famosos de los feminismos latinoamericanos es “lo personal es político”, pues creo que esto es lo que hemos hecho con nuestro lugar, trastocamos su sentido, haciendo de lo personal lo político, del mundo privado, el mundo público. Proyectamos hacia fuera del hogar/lugar nuestros sueños, nuestros deseos, nuestras inquietudes, nuestras opiniones y nuestros problemas. Y hemos ido más allá, hemos apropiado nuestro propio cuerpo, para convertirlo al igual que el hogar/lugar en un espacio nuevo y diferente. De hecho nuestras escritoras latinoamericanas han contribuido a problematizar y a globalizar nuestro lugar común en su obra. Basta mencionar una muestra: las mexicanas Laura Esquivel (La Ley del Amor) y Sara Sefchovich (La Señora de los Sueños), la peruana Mariela Sala (La Casa Invisible), la chilena Isabel Allende (La Casa de los Espíritus), la nicaragüense Gioconda Belli (La Mujer Habitada) y la puertorriqueña Rosario Ferré (La Casa de la Laguna) entrelazan las historias de las mujeres con las de sus casas, su lugar en el mundo. Las mujeres reivindican la casa, para convertirla en la esfera de sus sueños, en la materia de sus vidas. Las protagonistas viven combinando lo interior y lo exterior, se eliminan las fronteras de lo público y lo privado (Valle, fempress, 1997).

Tal como hemos estado hablando sobre la globalización, esta inserción de las mujeres en ese espectro tiene sus aspectos de homogeneización y heterogeneización conviviendo, concluyendo, mediando. Vemos como muchos medios sensibles, y por supuesto periodistas conscientes, proyectan esa transformación del lugar común de las mujeres como uno positivo, esencial al Siglo 21. Leyes que tipifican la violencia contra la mujer y permiten que el Estado y la sociedad entren al hogar/lugar de las mujeres y expongan su interioridad, su privacidad para mediar en conflictos de violencia; organizaciones no gubernamentales feminista y/o conscientes que apoyan que el hogar/lugar sea transformado para que se adopten principios de democracia y libertad. Sin embargo, “la identidad local es así conducida a convertirse en una representación de la diferencia que la haga comercializable, esto es, sometida al torbellino de los collages e hibridaciones que impone el mercado” (Martin Barbero). Así es que también se ha comercializado el hogar/lugar a niveles insospechados en un mercado orientado a ese mundo cambiante del lugar común de las mujeres que parece no tener fin.

Ahora bien, parafraseando a Robin Morgan, podemos apuntar que con todo el trabajo intenso de conformación de redes, estableciendo contactos a través de todo tipo de actividades, las mujeres del mundo hemos construido durante las últimas tres décadas una base sólida que sirve de apoyo a un movimiento genuinamente global que tiene enorme poder político para crear una transformación transnacional en el siglo que nos toca ahora vivir. Esa transformación que cumpla el objetivo no de homogeneizar a todas las mujeres y hombres del mundo en clones, sino una transformación, que respetando las diferencias locales, tienda rutas para que se camine a la igualdad de una vez y por todas. Transformar la casa para transformar el mundo. Transformar el lugar/hogar para apropiarnos del proceso de globalización.

Pistas para alumbrar el camino

Este es el lugar y el momento para pensar cómo y en qué vamos a cambiar el hogar/lugar, para enfrentar la globalización con sus aparatosos procesos de desarrollo económico e hibridación cultural. Definitivamente no queremos el hogar/lugar como antes, ningún tipo de saudade, o de nostalgia nos puede conducir a las mujeres de vuelta a ese hogar donde el padre/patriarca podía de una bofetada dejar a la hija próxima al matrimonio con tortícolis permanente.

Definitivamente, no queremos que Betty regrese y se conforme con las rabietas de Don Hermes en su hogar/lugar (“Yo soy Betty, la fea”). Y vimos con buenos ojos cuando María Inés Domínguez, en la telenovela mexicana “Mirada de Mujer”, transformó su casa, al tiempo que cambiaba sus relaciones de pareja y aquellas entre los miembros de su familia. De hecho, casi convirtió su casa en un lugar público puesto que allí estableció el vivero de flores que le dio su libertad económica.

Es en este espacio del proceso en el cual las periodistas y comunicadoras de todo tipo debemos insertarnos. A través de los medios de comunicación podemos contribuir a deconstruir el hogar/lugar y reconstruirlo como un lugar común diferente y mejorado para los seres humanos. Ciertamente hay un lado oscuro de los medios, confluyen en nuestro mundo aquellos medios y/o comunicadores y comunicadoras que atrasan el desarrollo de una comunicación no sexista. Pero también es cierto que la gota que va horadando la piedra, con el tiempo construye un espacio propio. Entiendo que hemos hecho mucho las periodistas feministas desde hace casi dos siglos y seguiremos deconstruyendo y construyendo ese lugar común, propio, local y global.

 

 

Ensayo publicado en la Revista No. 4,

9 Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe

Costa Rica, Septiembre 2002

Páginas 9 a 19.

 

c) Copyright Norma Valle Ferrer

 

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