Hemos adelantado mucho en milenios de resistencia y lucha, pero al fin y al cabo, nuestro cuento de mujeres tenemos que forjarlo nosotras mismas con conciencia feminista y mucho trabajo. Ese trabajo que incluye grandes obras colectivas y pequeños actos privados y públicos.
Las fotos de la Primera Dama de los Estados Unidos durante el reciente discurso sobre el estado de la Unión de su marido, Donald Trump, dicen mucho más que mil palabras. Pero, ¡por cada una! Sucedió el pasado 31 de enero en el hemiciclo de la Cámara de Representantes del Congreso, en Washington, D.C. Melania se veía seria, ensimismada. Una expresión a la que el público ya casi se acostumbra. Parecía sola, aislada, literalmente como si tuviera muy pocas amigas o amigos. Esta vez, no la acompañaba su hijo Barron, el preadolescente silencioso, que es el menor de la prole Trump.
Hace un año, cuando Trump, el presidente #45 de los Estados Unidos, tomó posesión de su cargo, integrantes de la importante Marcha de las Mujeres escribieron en las redes sociales las consignas “Sad Melania”, “Save Melania”, “Free Melania”. Es decir que desde entonces corría el rumor de que la primera dama estaba prácticamente secuestrada por este hombre sexista y troglodita, que se vanaglorió en público de que agarraba a las mujeres por su “pussy” (genitales), y las tocaba inapropiadamente sin su consentimiento.
¿Será cierto que Melania está triste y necesita que la salven? ¿O, es realmente una trepadora que dio el salto de una insignificante chica pobre de Europa del Este a multimillonaria dama de Nueva York? Aquí está el quid de la cuestión… ¿Debemos compadecerla porque tiene que aguantar las groserías de un marido poderoso (cafre pero rico) o tal vez despreciarla porque todo lo que hace, es por dinero y posición social?
Nacida como Melanija Knaus en Eslovenia, una de las repúblicas surgidas de la antigua Yugoeslavia, la primera dama de Estados Unidos, era considerada “callada y triste” durante su infancia y adolescencia por quienes la conocieron. De padres obreros, marchó pronto a la capital eslovena donde se matriculó en la carrera de arquitectura en la universidad de Ljubljana, pero pronto interrumpió sus estudios para aspirar a la carrera de modelo profesional en Europa Occidental. Aunque no destacó en las pasarelas europeas, sus fotos aparecieron en algunas publicaciones y comenzó a frecuentar las fiestas de magnates, que se “relacionan” con la industria de la moda. Melania ya había modificado su nombre e intentaba trabajar como modelo en Nueva York, a dónde llegó de la mano de otro ricachón, Paolo Zampolli,. En una fiesta del magnate conoció a otro invitado: Trump.
Primero fue la incredulidad, luego la actividad frenética; entonces, el susto y después nuevamente la incredulidad. Es decir, que un huracán de velocidad asesina rozó nuestro lugar común, nuestro propio espacio y lo invadió, tornando al revés nuestra vida cotidiana. Es Siglo XXI, hacía casi 20 años que no vivíamos un fenómeno natural en esta Isla, que mucha gente considera “bendecida”. La juventud lo desconocía y la gente adulta ya había olvidado los estragos de Hugo (1989), Hortensia (1996) y Georges (1998).
Volvamos al principio. Primero, la incredulidad: “que no, que no viene ningún huracán, ya verás que se desintegra, la gente es exagerada…” Luego, la actividad frenética: comprar, comprar, velas, abanicos, radios y estufas de baterías, más baterías, agua, comida enlatada, hielo. Llega el susto, el miedo, el pánico, el ruido ensordecedor del viento, todo se mueve, las ventanas golpean, los rayos, los truenos, las centellas, el aguacero torrencial, el día se oscurece, y ¿cuándo va a terminar este ‘fucking huracán’?”
Nuevamente la incredulidad. ¿Qué no hay agua potable saliendo de las tuberías? ¿Que qué? ¿Qué no hay electricidad? ¿Qué no podemos ver televisión, ni usar la computadora? Ahhh, no, no, y no, esto es el colmo, ¿qué se dañaron las torres de los celulares? No puede ser, ¿qué pasa con la Autoridad de Energía Eléctrica, con la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados, con el gobierno? ¿Y los federales? Pero, ¿qué le pasa a estos negocios que no tienen plantas de gasolina y diesel?
Ay, bendito, cuatro, cinco, diez días, sin luz ni agua. Ahora esto se extiende, uno, dos, tres, cuatro meses sin televisión ni internet; pero, ¿y no éramos parte del primer mundo? O sea, ¿que somos segundo, tercer mundo? Y esos blanquitos de mierda de las urbanizaciones ricas, de los sectores de condominios caros, esa gente no siente nada… todos tienen plantas de gasolina o diesel. O sea, que es verdad que existe la famosa diferencia de clases. O sea, que es cierto que las sociedades han dañado el ambiente y que el cambio climático ¡existe y está sucediendo AHORA!
No hay que desesperar, Trump viene, viene, llegó. Arrojó rollos de papel toalla a una comunidad de clase media de guaynabitos. No declaró a todo Puerto Rico como zona de desastre, ofreció algunos chavitos al gobierno y a los contratistas, ropa y cupones a la gente pobre, más bonos chatarra y fondos buitre…
Esta es la promesa.
Esta vez, Kostas Jaritos estaba confundido. Eso de “offshore” le sonaba a chino, es decir al idioma inglés del que conoce muy poco. Además, ¿qué rayos tenían que ver el mundo de las Islas Caimán y los inversores ingleses de origen griego con los asesinatos que empezaron a sucederse en Atenas? Ajá, ahí estaba el quid de la cuestión. El hilo por dónde empezar a desenrollar el misterio de esta nueva novela negra de uno de los escritores más populares de estos tiempos aciagos, el griego Pedro Márkaris. Su protagonista, el inspector de policía Jaritos, dirigente de la brigada de homicidios, se topaba con uno de sus casos más difíciles.
En la nueva novela “Offshore” (Tusquets, 2017), Jaritos se da de cabeza con la burocracia, la corrupción de alto nivel, y el discrimen descarnado contra los inmigrantes. Necesitará el inspector mucha paciencia, lógica deductiva y, lo más importante, consultores expertos en informática, banca, archivos digitales y economía internacional. El diccionario de Dimitrakos (1950) es su fuente de descanso mental, así como de profunda introspección, pero es su experiencia y ese olfato de sabueso, que lo hacen a la vez querido y odiado, lo que lo empuja a descubrir culpables y a desentrañar entuertos.
La serie de asesinatos sirve a Jaritos para seguir el rastro de la profunda corrupción del partido que recién ha triunfado electoralmente en su país. El nuevo gobierno prometió sacar de la crisis a Grecia y lo está haciendo: corren el dinero (¡negro!) y las nuevas inversiones, especialmente de los ricos empresarios griegos que habían establecido sus navieras en países considerados estables, como Inglaterra. La gente común y corriente se siente mejor con el dinerito extra de los aumentos salariales, apoyan al gobierno y se hacen de la vista larga sobre aquello que parece no estar nada bien.